La cacería imperfecta, ensayo de Adriana Canseco sobre Tigres de la otra noche, en Cuatrogatos

La Cacería imperfecta (infancia, poesía y lenguaje) 

Por Adriana Canseco (Argentina)

Foto: Nelly Ibarra


 Fuente: Fundación Cuatrogatos
La imaginación poética es lo improbable: el poema es lo que en ningún caso podría ocurrir, excepto, precisamente en la región tenebrosa o ardiente de los fantasmas.
Roland Barthes

Pocas veces vemos arriesgarse tanto en un libro de poesía para niños, y hablamos de un riesgo concreto: el riesgo que se asume al publicar un libro que, más allá de las excelentes y sobradas virtudes que permiten considerarlo como un texto apropiado para la infancia ostenta asimismo el carácter que nos permite abandonarnos al placer de leerlo sin acordarnos de la edad del destinatario al que está dirigido. Nos hallamos ante un texto cuyo valor estético supera cualquier reparo editorial que restringiría lo que considera “legible” para los chicos.

Tigres de la otra noche, de María García Esperón, es más que un libro para la infancia; es también un libro sobre la infancia: una infancia tan universal y a la vez tan íntima que hace de este poemario una excelente propuesta para todas las edades.

Quizás sus primeros lectores públicos (el jurado que lo distinguió con el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños en 2005 1) lo supieron desde el principio: Tigres de la otra noche es una obra que, antes que por su carácter de “poesía para niños”, debe juzgarse, llanamente, como poesía. Lo que le permite sustraerse a la estrechez de las clasificaciones genéricas es, justamente, su calidad poética: es poesía, sin etiquetas, y de la buena.

La cualidad que ha hecho a esta obra merecedora de la distinción en 2005, además de su innegable belleza formal es, sin duda, la concisión que permite leerlo, casi con la respiración contenida, de una sola vez. Y es que los veinte poemas de Tigres de la otra noche conforman, en la lectura sostenida, un solo gran poema 2.

La unidad que lo anima se sostiene entre tigres soñados, dibujados, imaginados y verdaderos, carreras nocturnas por tierras exóticas, alegrías, tristezas y temores: secretos tan celosamente guardados por el alma infantil que, fatalmente, descubrimos que los habíamos olvidado hacía mucho tiempo, hasta el momento en que pasamos por primera vez las páginas.

Entre tigres agazapados, ocultos, cautivos, amenazados y amenazantes transcurren las páginas de este libro maravilloso que nos asombra por la limpidez de su lenguaje. La voz poética evoca imágenes tan vívidas que tan pronto un tigre puede saltar sobre la página, desgarrarla y humedecerla con la cadencia de su respiración animal, como desvanecerse en la huída, fulgurar brevemente entre luces y, como un fugaz recuerdo, escapar a toda carrera hacia un presente que se disuelve en el horizonte difuso del pasado que enuncia la infancia de los textos.

La ausencia de títulos permite que la división entre un poema y otro no sea tangible. El texto fluye ágilmente, como sus felinos, entre las imágenes que Alejandro Magallanes ha creado para Tigres de la otra noche. Colores, texturas y diversidad de materiales que componen los collages contribuyen a definir la atmósfera particular que crean los poemas.

Estas formas y texturas superpuestas evocan los espesores de realidad de esa ensoñación que alberga el terror y la dicha de las noches pasadas entre sueño y vigilia inventando la cacería imposible de un tigre a través de mapas fabulosos. El poema deja entrever en las hazañas soñadas, añoranzas y pérdidas, no la inquietud del que cuestiona en busca de respuestas, sino el ansia del que pregunta una y otra vez para crear de la nada, para sostener continuamente ese mundo de fantasías que prolifera en la indiferenciada felicidad que impulsa el deseo.

Algo inconmensurable, en sentido literal, se escurre entre los versos, se evade escondiéndose aquí y allá entre las páginas. Magallanes juega también con esta posibilidad del ocultamiento. Es la perspectiva de la distancia la que nos permite ver con claridad al tigre que huye y se deshace en su huída. La paradoja produce el desgarro: sólo podremos ver al tigre a la distancia, contar sus rayas con nostalgia, recordarlo. Lo que haya sido en la infancia ha dejado de ser y solo podremos tener del tigre su pérdida constante, su despedida, su continuo alejarse. Lo que nos distancia de él, su evasión y su ausencia, es lo que, en definitiva, nos permitirá retenerlo en el poema.

Los paisajes exóticos enredan otros hilos de la trama poética: África, la India, faquires, encantadores de serpientes, ciudades fantásticas que el lector recibe anegadas de arena y de luz, incandescentes aún en su breve fulgurar y extinguirse tras las huellas de un tigre que se hace de deseo, de silencio y de espera.

La virtud mayor de este libro quizás sea su capacidad para reencontrarnos con nuestra olvidada facultad de hacer experiencia, para volver a las noches en las que sobre la hierba húmeda del sueño podíamos salir de cacería hasta la madrugada y ser, a nuestro antojo, el cazador y la presa.

Los tigres de la infancia, más allá de sus filiaciones literarias 3, quizás por habitar en las sombras de la noche sean más reales que cualquier otro. El referente es claro como los sueños de la infancia y por ello mismo, inasible. Será por esa cualidad dulcemente melancólica que tienen los sueños infantiles que los poemas se hacen exclusivamente a través del secreto resquicio por donde escapan noches de tigres, sombras y peligros. Sin embargo, sobre el final, descubrimos que el verdadero fantasma es su extinción inevitable y la amenaza de esa posibilidad acecha en el único peligro verdadero: el olvido.

El libro se cierra en la promesa que se abre en ese doble espacio oculto y libérrimo del sueño: el tigre se evoca secretamente en el insomnio de la infancia para desandar sus huellas, para hacerlo correr nuevamente a nuestro lado, para reinventarlo palabra por palabra, como los primeros nombres.

El temor a la noche y la protección de los guardianes que inventa se resuelve en la certeza, paradójicamente lúgubre, de descubrir que las sombras que albergaban los fantasmas de la infancia se han disipado. Ya sólo persiste la posibilidad de reconstruir, poéticamente, la felicidad y el miedo en ese paraíso donde se anula el tiempo y todo vuelve a ser presente.

Ese tigre y todos los tigres que huyen son también el poema mismo, el lenguaje que se disuelve en esa existencia furtiva de la palabra poética que se sigue de cerca y con cautela hasta el último día: hasta que el tigre es demasiado viejo o hasta que el alma infantil se rinde ante la evidencia de la razón que la hace buscar debajo de la cama o en el armario para confirmar que los tigres se han marchado.

No se trata del tópico, falseado ya, de la inocencia perdida y añorada; son el deseo y la exaltación de la fantasía de aventuras los que se enuncian en presente para volver a vestir la piel de un tigre que parece haber quedado demasiado holgada con los años. El tigre ha sido domesticado: su ímpetu animal ha sido moderado, entre otras cosas, por la escuela, la gramática, el buen uso de la lengua; sin embargo su inalienable instinto de fiera reverdece en la fertilidad de la lengua poética, una y otra vez.

Un mundo salvaje e indómito se enfrenta al mundo de la norma, del aprendizaje forzoso y necesario de las convenciones; de allí la fuerza del carácter poético del libro, de allí la eficacia de ese enfrentamiento en la encrucijada en la que nos pone el abandono de la infancia. Esta virtud del carácter poético de Tigres de la otra noche no se hace de los que podríamos considerar meros guiños al lector adulto. Es justamente la autenticidad de estas relaciones la que el lector infantil, a través de la tensión del lenguaje poético, percibe en la intensidad trágica del poema, en la apasionada veracidad del conflicto.

El tigre parece haber sido subyugado por la gramática que lo enjaula, por la razón que estrecha sus fronteras. El poema, sin embargo, es el refugio propicio del lenguaje donde ese tigre que no se resigna a desaparecer puede, una vez más, iniciar sus correrías nocturnas por los exóticos paisajes de la infancia recuperada en sus sutiles y fabulosas invenciones.

Tigres atravesando la infancia, todas las infancias: la del lector de todas las edades. Este es un libro de poesía para chicos y es un libro de poesía para los que gustan de la poesía y, en especial, para todos aquellos que aún no han descubierto que les gusta.

Notas:
1. El jurado estuvo conformado por Elva Macías, Ana Garralón y Verónica Volkow, quienes eligieron esta obra como el libro ganador de entre 437 trabajos procedentes de 28 países que participaron en el certamen en 2005.
2. La autora ha expresado en una entrevista: “Son, por decirlo de alguna manera, una serie de ensoñaciones que fueron escritas en una sola tarde y que componen un texto en forma circular (…) Nunca antes había escrito poesía, este libro «salió de un jalón»” en http://www.jornada.unam.mx/2006/12/24/index.php?section=cultura&article=a04n2cul
3. “Tigres de la otra noche bebe en muchas fuentes. Fuentes literarias. Es esto de los tigres de Borges. El escribe un libro que se llama El oro de los tigres (1972). Se remite a su infancia cuando contempló por primera vez un tigre en un zoológico y que eso lo marcó para siempre. No sólo su imaginario, sino su visión de la realidad. El tigre se convierte en metáfora del tiempo. En un texto hermoso dice: «el tiempo es el fuego que me consume, pero yo soy el fuego (...) Es el tigre que me devora, pero yo soy el tigre». También es el tigre de Salgari, este Sandokhan increíble, que es el espíritu de la libertad que se yergue contra el colonialismo. Es un hombre que a la vez es un tigre, porque tiene alma de tigre. Es, por supuesto, Shere Khan, de Rudyard Kipling. Y es este amigo poderoso, fiero, magnánimo y leal, que llevamos dentro, los niños y los adultos…”. Entrevista a María García Esperón en Radio Educación, México, 17 de noviembre de 2005.