Tigres de la otra noche, por Anabel Sáiz Ripoll en Arena y Cal

Fuente: Arena y Cal (España)

Por Anabel Sáiz Ripoll


Si pasamos a comentar “Tigres de la Otra noche” –ilustrado de manera riquísima por Alejandro Magallanes- es también un texto unitario que nos cuenta una historia llena de emoción y fantasía entre un niño o una niña –o la propia autora- y un tigre:

“Hay un tigre
bajo mi almohada
todas las noches
estrena rayas.”

El tigre es el ser que emplea la poeta para conocer mundo, gracias a él sabrá qué hay detrás de las cuatro paredes de su habitación. El poemario es un homenaje que rinde la autora a los héroes y autores de la literatura infantil y juvenil y, sobre todo, al tigre que es uno de los símbolos del escritor argentino Jorge Luis Borges. El tigre, como ocurría con Don Aire es el símbolo de la libertad, de la fuerza. No podía ser de otra manera viniendo de una mujer tan apasionada como María García Esperón. No quiere tener miedo y el tigre le proporciona la energía necesaria:

“Tigre,
dame una manita
de gato.
Quiero salir
a probar este mundo
a la carrera.
No podría hacerlo sin ti.
Afuera
están los chicos grandes,
las materias desconocidas
la maestra y los policías.
No es que tenga miedo:
sólo un poco de precaución,
que no es del todo mala.
Pero si me das algo tuyo...
algo simbólico,
no te asustes.
No quiero tu piel,
ni tus colmillos,
ni siquiera tu rugido
metido en un pañuelo.
Si acaso,
tigre mío,
quiero una mano,
una manita de gato.”

Con el tigre viaja a la India, hacia lo desconocido, en donde vive aventuras mágicas, pero regresa a la realidad y quiere que el tigre siga a su lado:

“¿Quieres venir conmigo?
¡Anda!
Te llevaré a la escuela.
Te sentaré en el sitio
de mi mejor amigo.
¡Cuidado con tu cola!
Trata de enroscarla
debajo del pupitre.
Así está bien.
¡Tus bigotes!
¿No puedes guardarlos?
Distraen a la maestra.
Trae acá esa pata.
Aquí,
sobre mis hombros,
para que,
en el recreo,
todos sepan
que yo tengo un amigo
verdadero.
Dictado.
Hay que poner acentos
en diez palabras.
Cerré los ojos
y volví a abrirlos...
Los acentos
eran rayas.
Sobre la hoja
y las diez palabras
el tigre
salía de caza.”

El mundo real y el imaginario, la rutina y la fantasía, Sancho y Quijote se hermanan en estos hermosos versos, de medida desigual, que nos hablan de una hermosa historia de amistad. El tigre no parece encajar en la escuela y por eso:

“Llevé a mi tigre
al zoológico.
Lo pensé mucho
–no fuera a pasarla mal–
pero quise correr el riesgo.
Estuvo mucho rato
apoyado
en los barrotes
de la jaula de los tigres.
Finalmente rugí
y salté sobre las rejas,
asombrando al cuidador
y a los cachorros.
Le arrebaté al guarda
las llaves de la jaula
y abrí la puerta de la prisión.
Lo demás fue un río de tigres
corriendo bajo los árboles
entre nubes de globos
y algodones de azúcar
y nubes de verdad
y libertad dulce.”

La libertad de nuevo, la libertad tan importante en nuestras vidas y que nadie puede arrebatarnos. El tigre es como una ilusión en la vida de la poeta, que la sigue a todas partes, que hace que su vida sea menos aburrida y gris, que sea una vida especial. María García Esperón recoge muy bien los elementos que conforman la vida de un niño y cómo éste rompe lo que parece serio, organizado, cabal y crea una ilusión hermosa, llena de rayas porque:!

“Abrí el viejo baúl
y ahí estaba:
enroscado entre mis cosas,
mis libros,
mis juguetes,
mis estampas.
Adormilado y contento.
con los ojos bien abiertos en un sueño.
¿Has pensado
que si abres la puerta
de tu armario
le podrías ver la cara
al tigre?
Escondido.
Agazapado entre las flores.
Soñoliento.
Coronado de rosas.
Rey en su jardín,
oculto por sus rayas.
El tigre de la alfombra
sabe que es mirado
solamente por mí.
Ellos pasan por el rastro
que deja la luna
cuando viaja.
Hunden sus patas
en la hierba
que tiene perlas.
Se beben la noche
sin copa ni vaso,
despacio.
Y si llegan a mirarse
tiemblan
de belleza.
Tigre
de la caja de colores
apenas diste
un zarpazo de acuarela.
La jungla se deshace
porque ha llovido
y te me olvidaste, tigre
agazapado,
en la hoja de papel
bajo el árbol.”

Pese a que (el tigre es una fiera/ a su manera...) la historia llega a su fin y la vitalidad del tigre –y de los sueños- también:

“Vino a despedirse.
La piel le colgaba
un poco
(de los codos).
De repente
me pareció viejo.
Debo confesar que,
cada día,
me costaba más trabajo
hacerlo correr.
De salir a cazar
bajo la luna,
ni hablar.
“Hace mucho frío”,
le decía yo,
como pretexto.
(Y no era cierto.)
El que no quería
correr ni cazar
–ya lo adivinaste–
era yo.
Por eso se hizo viejo.
Por eso se despidió.
“¡Espera!”, le dije,
pero ya era duro de oído.
Entonces...
corrí descalzo
bajo la luna fría.
Volví a ser su cazador,
su corredor,
su embustero.”

No puede desaparecer un amigo así, de repente, la vejez no puede aniquilarlo, para eso sirven los sueños, para eso sirve la ilusión que envuelve todo el poemario:

“(Mi tigre regresó,
la otra noche,
cuando por extrañarlo,
insomne,
contaba para dormirme
sus rayas de memoria.)”

Vemos que la personificación es esencial para entender los versos de María García. La poeta es como un demiurgo que dota de vida a las palabras, que observa los sueños, la magia que hay en la naturaleza, en las miradas y todo eso lo plasma en sus versos, llenos de ritmo, de cadencias, de recuerdos de otros mundos que acaso estén en éste y que nos llevan, a los adultos también, a su infancia y a los niños les dan alas para seguir soñando y paladeando a qué sabe la palabra libertad.